Pequeño análisis de la obra La bata rosa de Sorolla.(Casa-Museo Sorolla, Madrid)

Los cuadros de Joaquín Sorolla no solo llaman mediatamente la atención, sino también son inolvidables.  Su estilo, en un mundo pictórico fragmentado, en el que se dan todas las escuelas y tendencias imaginables, y en el que tienen fuerza inspiradora los más difíciles motivos estéticos, la mayoría de las veces de indole intelec- tual, posee  una fuerza unitaria que llena de admiración.  Sorolla es, ante todo, un meridional, un levantino español de sentidos ávidos.  Su capacidad para percibir los efectos aéreos y luminosos se resuelve en la exaltación del color y en una fuerza creada de maravillosa factura.  No se aceptan influencias de ningún género en sus lienzos más personales: ni asuntos exquisitos, ni técnicas de vanguardia, ni elementos literarios, históricos o sentimentales-esto último con algunos salvedades.  Se pertenece a sí mismo y al mundo que le rodea, tal como lo ve, de manera insobornable.  Es impresionista sin saberlo, por pura necesidad vital, pletórico de humanidad.  Le preocupa la esencia pasajera del tiempo.  Alimenta la idea de que hay que pintar rápidamente, para que no se pierda para siempre la esencia de lo que ofrece un instante dado.  La bata rosa puede servir de ejemplo demostrativo de cuanto llevamos dicho.  El aire marino -el Mediterráneo azulea en el fondo- entra en la habitación a través del encañizado y empuja las telas.  La luz solar da a su vez ímpetu a las formas.  El conjunto se transforma en un ambiente aéreo, risueño y veraz, consecuencia de la pincelada atrevida y exacta del autor.  Un dinamismo real domina todo con un ritmo similar al del latir de los corazones.  Es una pintura viva, donde predomina la vigorosa composición nacida del instinto, y en la que se aborda con valentía un asunto intrascendente.  Joaquín Sorolla representa un avance valioso, si bien algo tardío, del arte pictórico español.