La definición correcta del marfil es: «Aquella modificación de denti-na o sustancia dental que en una sección transversal muestra líneas de diferentes colores o estrías procediendo en el arco de un círculo y formando por decusaciones minúsculas líneas de espacios». WILLS, Geoffrey, Ivory, Edi. Mayflower, Londres 1970.

El buen gusto y sabias técnicas han caracterizado la producción de marfil en las antiguas culturas del Mediterráneo y del Oriente Medio que a modo de presentes o de objetos de carácter votivo han aparecido en las tumbas egipcias desde el periodo predinástico y también entre las ruinas de la región mesopotámica. Sumerios, asirios y fenicios usaron ampliamente el marfil en pequeñas estatuas, relieves y decoraciones de muebles, a menudo junto a incrustaciones de otros materiales preciosos, como nácar, lapislázuli u oro. Estatuillas de marfil de gusto sirio, con adornos de oro, han sido encontradas también en los palacios cretenses, pero la técnica de la estatuaria crisoelefantina (grandes figuras con las manos y la cabeza de marfil y el cuerpo de madera recubierto de laminas de oro) alcanzó su más alto nivel en la Grecia clásica (Atenea Pártenos, de Fidias, hoy día desaparecida).

El uso del marfil como material precioso continúa con los etruscos (que incluso importaban la producción fenicia) y en Roma, sobre todo en la época imperial. En el ámbito de la cultura bizantina, es especialmente significativa la producción de objetos de culto y adorno de marfil para la corte que presentan elementos estilísticos de distinta procedencia. Son también importantes los dípticos consulares de la época paleocristiana que eran enviados como presentes «diplomáticos» con ocasión de nombramientos para cargos públicos y que, por tanto, con frecuencia son fácilmente fechables. Su estructura más sencilla solía tener dos tapas, esculpidas por la parte exterior y unidas por bisagras a modo de libro; nacidos con funciones civiles, adquirieron más tarde un carácter religioso, adornando aras portátiles o encuadernaciones de los libros litúrgicos. Son también frecuentes los paneles de marfil con representaciones religiosas hasta el periodo iconoclasta que asiste al florecimiento de temas profanos, tomados de la antigüedad clásica y oriental; pero ya a finales del siglo VIII existe una notable producción de objetos litúrgicos en marfil que nos han llegado en buen estado y reflejan la consciente recupera- ción de los modelos antiguos, en el ámbito del periodo carolingio: cubiertas de manuscritos, dípticos de tema religioso ordenados por registros, relieves devocionales, en los que el marfil es a menudo in- tegrado en importantes trabajos de orfebrería. En el periodo otomano, son muy activos los talleres alemanes de objetos que presentan rasgos de gusto bizantino y carolingio, mientras que desde finales del siglo XI y durante el XII, se afirman de forma creciente, los talleres del sur de Francia, de Bélgica e Inglaterra.

En España sobresale entonces la producción de los talleres leoneses y de San Millán de la Cogolla, a los que se deben notables arquetas o el Crucifijo de Fernando I y la reina Sancha.

El periodo gótico conoce una clara preponderancia de la producción francesa; en París durante todo el siglo XIV están establecidos los más importantes talleres, donde junto a los objetos devocionales, se producen piezas de uso profano: juegos de ajedrez, peines y arquillas con representaciones cortesanas y caballerescas. A principios del siglo XV alcanza gran notoriedad el taller veneciano de los Embriachi que realiza objetos preciosos en marfil, además de utilizar el hueso y los dientes de hipopótamo, con marcos de madera con taraceas «a la cartujana», para personalidades ilustres como los Visconti y los duques de Berry.

La producción de objetos en marfil decreció en intensidad hasta una nueva expansión en la segunda mitad del siglo XVI, debida entre otras cosas, a la predilección de los coleccionistas por los objetos preciosos de pequeño tamaño. Tuvieron gran aceptación los marfil torneados con formas cada vez más complicadas y realizadas durante el periodo barroco en que el marfil sustituye al bronce típico del Renacimiento, en la ejecución de pequeñas estatuas; en los talleres de Francia, Alemania y Flandes se realizan trabajos muy elaborados y minuciosos con representaciones de grupos mitológicos, reproduccio- nes anatómicas, estatuillas devocionales, retratos e incluso tabaqueras, perfumeros y abanicos. Otro uso importante del marfil que procede en cantidad abundante de las colonias lo constituye la decoración de muebles con incrustaciones, según el gusto barroco, junto a otros materiales preciosos, como el carey, el nácar y las piedras duras.

El auge del marfil se mantiene hasta mitad del siglo XVIII, sustituido más tarde por la difusión de la nueva moda: la porcelana. Pero será recuperado en la ebanistería, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, alcanzando óptimos resultados en la decoración de maderas preciosas como el ébano y la caoba.