Un poco antes del siglo XVIII apareció la moda de las reuniones nocturnas en la aristocracia y clases más elevadas. Una vida social a la luz de las velas, caracterizada por las suntuosas recepciones los elegantes y sofisticados looks. 

Este hecho tuvo una gran repercusión fundamental en la evolución de la joyería, influyendo de modo decisivo en el aspecto, el estilo y la forma de trabajar el ornamento del siglo XVIII. 

Desde el momento en que las joyas que usaban en las reuniones nocturnas, concebidas para resplandecer y dar lo mejor de sí a la luz de las velas, se habían revelado demasiado vistosas y exageradamente grandes a la luz del día, había comenzado desde los primeros años del siglo a afianzarse la tendencia de creación de dos tipo muy distintos de joyería: aquella para lucir de noche, en la que se empleaban con profusión las piedras preciosas, y la que se llevaba de día, más simple y sobria, realizada con materiales de valor intrínseco más modesto, pero no por ello menos bella ni peor confeccionada. 

La predilección típicamente dieciochesca por las suntuosas mansiones fuera de la ciudad, donde la separación entre las ocupaciones diurnas al aire libre, en los jardines, y la vida nocturna en los salones era muy clara, también contribuyó a que se consolidara esta dicotomía hasta entonces desconocida. 

La evolución hacia aquel nuevo tipo de vida había empezado advertirse poco antes del inicio del siglo. La fastuosa y teatral elegancia de la Corte de Versalles, promovida por Luis XIV, era una elegancia para ser lucida a la luz de las velas, a la cual se adaptaban las joyas, adquiriendo un brillo resplandeciente. El propio soberano, amante y promotor de las artes, la literatura, las ciencias y la filosofía, tuvo una especial predilección por las joyas, hasta el extremo de llegar a poseer, a finales del siglo, dos “parures” (juego de joyas) completas de diamantes, que incluían botones, ojales, hebillas y otro adornos para decorar y embellecer su vestimenta.

La Reina María II de Inglaterra, murió en 1964 muy endeudada por la adquisición de joyas de diamantes: hebillas, anillos, pendientes, collares y adornos para embellecer y adornar su vestimenta.

Retrato de María Luisa de Borbón Parma, reina de España, de Francesco Liani (1712-1840).La soberana luce unos pendientes en girándole, un collar con colgante, un brazalete y adornos para el tocado y para el busto.

https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/maria-luisa-de-parma-princesa-de-asturias/0e3462e3-ee85-4c38-9312-d9f66b069e08

El gusto francés por las joyas se impuso por toda Europa, desde Inglaterra hasta Rusia, ya desde finales del siglo XVII, sentando las bases de aquella admiración sin reservas y aquella imitación de todo lo que procedía de Francia-cultura, moda, costumbres-, que sería una característica de todo el siglo siguiente, prolongándose más allá de él. 

Príncipes y soberanos de todos los rincones del continente rivalizaban en construirse magníficas mansiones a imitación del palacio real de Versalles, de acuerdo con la moda dictada por Luis XIV. 

Estos últimos años del siglo XVII, aunque abundantes en excesos y contradicciones, contribuyeron a crear en Europa un gusto y una sensibilidad común, que en las décadas siguientes, mediante los contactos diplomáticos cada vez más frecuentes, facilitaron la realización de una  política de equilibrio continental, una de nuestras consecuencias fue el modo más unitario de abordar el arte y las artes decorativas, incluida la joyería.  En el campo de la moda, Francia asumió esa posición de líder de manera incontrovertible durante los dos siglos siguientes y que le valió el ser determinado punto de referencia para toda Europa también en el campo estético de las joyas, una medida que iban convirtiéndose  cada vez más en parte integrante del traje que debían decorar.  El acento en el aspecto «moda» de las joyas, que se refleja cada vez más intensamente en su diseño, coincide con un aumento de la importancia de la técnica del engaste de piedras y con el declinar de la decoración de esmalte  , que se remonta justamente a comienzos del siglo XVIII.  El nuevo interés por las pieles en sí mismas, unido a la tendencia de las joyas a evolucionar como objetos decorativos cada vez más estrechamente ligados al traje, hizo más profunda la división entre arte y artes aplicadas.  Los lazos, los caireles, las plumas y los ramos que tanto éxito tuvieron en el siglo XVIII, no son más que preciosos y, si se quiere, pretenciosos sustitutos de los caireles, plumas y flores reales.  Su naturaleza es extremadamente frívola y se encuentra muy alejada, en lo esencial, de la rica y relevante joyería de oro y esmalte de los siglos anteriores. 

En general, las joyas del siglo XVIII crecieron cada vez más ligeras.  Así como los preciosos adornos del siglo XVII habían compartido con piedras y esmaltes los brillantes colores de los brocados y habían imitado, con sus líneas, los arabescos de los pesados ​​damascos, las joyas del siglo XVIII se adaptan a los calados ya  las delicadas fantasías de los ligerísimos encajes.  Los primeros han añadido pinceladas de color a los ricos tejidos, las segundas tienen un toque brillante a las cascadas de encajes. 

La desaparición del esmalte en la montura de las joyas no fue un hecho repentino sino una evolución gradual.  El esmaltado en el reverso de las joyas, típico de la orfebrería renacentista barroca, fue simplificando cada vez más hasta ser totalmente sustituido, en los primeros años del siglo, por motivos reales y volutas grabadas.  Luego, el diseño de la parte delantera de las joyas comenzó a hacerse más delicado y adquirió esas líneas curvas y sinuosas que probaron estado relegado al reverso de la montura donde, entretanto, el agarre se hizo cada vez más escaso hasta desaparecer por completo. En aquel momento, el divorcio entre esmalte y montura era total y sólo en la conservadora España se siguieron realizando durante algún tiempo joyas caracterizadas por el contraste entre el gran brillo de las gemas y el simple valor cromático de los esmaltes. 

Este proceso transformó el trabajo de los joyeros, que hubieron de especializarse cada vez más en la técnica de la montura y del engaste de diamantes y piedras de color con el fin de poner en evidencia sus dimensiones ópticas y de obtener el máximo resultado en  haciendo referencia a la luz y el brillo, haciendo que en cierto sentido la joya dejara de ser un objeto de arte para convertirse en un accesorio de moda, susceptible de ser desmontado, volver a montar y transformar según los cambios del gusto y de  las costumbres.  

Una característica destacada de la evolución estilística de las artes decorativas del siglo XVIII fue el paso de las formas complejas y simétricas, de derivación plástica y arquitectónica, del siglo XVII, a la mayor libertad y agilidad de líneas del Rococó, a  la asimetría de los adornos y un repertorio decorativo “rocaille” que se inspiraba en el lenguaje de diálogo de la arquitectura, reproducción de rocas, conchas, flores, follajes y volutas.  Francia sostuvo la posición de guía en el campo de las artes, la moda y las costumbres, que ya había asumido bajo Luis XIV: el papel que tenían sobra todas las célebres favoritas oficiales de Luis XV en la evolución del diseño de joyas fue  determinante, aunque no hay que subestimar el gusto de muchas otras ambiciosas aristócratas que, con sus encargos, aumentar la actividad de los jugadores parisienses y contribuir de modo decisivo a marcar las tendencias generales de las líneas de la joyería.  Sus preferencias se orientan hacia los ornamentos inspirados en el estilo rococó, caracterizados por sus líneas vigorosas y quebradas, de formas irregulares y asimétricas.  

Es importante subrayar el hecho de que, más que prácticamente totalmente al Rococó, las creaciones se inspiraron en este nuevo estilo.  En efecto, una diferencia de las otras producciones artísticas de la época, la joyería nunca hizo suyos por completo los temas decorativos típicos de este estilo -sus motivos rocosos, sus conchas-, sino que se limitó una reproducción su esencia adoptando una nueva libertad y fluidez de líneas.  A excepción de los pocos adornos que tomaron forma de motivos florales más o menos naturalistas, la roca tuvo un período de influencia relativamente breve en el diseño de joyas;  su verdadero efecto se manifestó en la evolución del diseño de ornamentos en tres dimensiones y en la adopción generalizada de líneas fluidas.  

Salvo ligeras modificaciones en el diseño, la joyería del siglo XVIII no muestra, al menos por lo que hace un aspecto general, evidentes variaciones respecto de la joyería del siglo anterior.  Las tendencias naturalistas aún están presentes, aunque de modo menos acentuado, pues junto a los motivos vegetales