Salvador Dalí dijo en una ocasión: «Toda mi ambición en el plano pictórico consiste en materializar, con la ansiedad de precisión más imperialista, las imágenes de la irracionalidad concreta». 

Esenciales para su actividad, Dalí creó en sí mismo estados de extrema ansiedad y angustia -con frecuencia asustándose con cadáveres de insectos y erizos- en los que intenta difuminar las distinciones entre su imaginación y la realidad.  De este modo, su estado paranoico daría rienda suelta a su capacidad imaginativa y le permite crear imágenes abiertas a múltiples interpretaciones basadas en objetos reales.

En La persistencia de la memoria, Dalí creó un mundo irracional verosímil e independiente -onírico e inmóvil- que aparece con más intensidad a través del pequeño lienzo.  La primera impresión del observador al ver esta obra de arte (La persistencia de la memoria, 1931) es que está viendo una escena vacía e inmensa, pero a continuación la mirada se centra en la disposición de los objetos que aparecen en primer plano, en especial la de una serie de relojes blandos en  diversos que se derriten en el paisaje.

Al sugerir que los relojes metálicos y su delicado mecanismo interno se pueden estirar y fundir, Dalí desafía nuestra concepción racional del mundo físico.  También habla de la naturaleza del tiempo.  Dalí se había quedado fascinado ante la lectura de la teoría general de la relatividad de Einstein, publicado en 1920 y en la que el científico describe cómo el tiempo se dobla bajo la influencia de la gravedad.  Para él, el siguiente paso lógico era plantearse la siguiente cuestión: «Si el tiempo se dobla, ¿por qué no hacerlo con los relojes?».  La pintura de Dalí también plantea un tema más antiguo y más cotidiano: la inevitabilidad de la muerte, dado que, a de que todos los relojes se han detenido en momentos diferentes, todos apuntan a la hora que se aproxima: la muerte nos espera a  todos y cada uno de nosotros.

Aspectos más destacados de esta obra de Dalí:

RELOJ DERRITIÉNDOSE

Los relojes blandos de la pintura de Dalí se le ocurrieron durante un cálido atardecer, después de que un intenso dolor de cabeza le lleva a no acompañar a su esposa, Gala, al cine.  Sentado junto a los restos de su comida y contemplando un paisaje en el que estaba trabajando, se dio cuenta de que el queso camembert se había derretido y que había empezado un extendido por el borde del plato.  Este hecho le dio la idea de los relojes derritiéndose: en unas horas la obra estaba completada.

EXTRAÑA CRIATURA

La extraña figura que puede verso en primer plano, sobre la cual se está derritiendo un reloj, recubriéndola como una manta, es una caricatura del propio Dalí.  Un «retrato» idéntico protagoniza su pintura El gran masturbador (1929).  Las pestañas afectadas un enorme ojo cerrado en estado de contemplación, sueño o muerte.  Dalí propone así que las limitaciones sobrepasando las limitaciones impuestas por el tiempo «terrenal» se puede dar rienda suelta a la conciencia.

COSTA DESIERTA

El paisaje corresponde a la escarpada costa de Port Lligat. Con frecuencia el pincel de Dalí transformaba características geológicas naturales en extrañas formas animales o humanas;  aquí, los acantilados están representados de forma simple y bañados por «una luz transparente y melancólica».

HORMIGAS ARRASTRÁNDOSE

Los únicos seres vivos representados en esta composición son las hormigas, que se arrastran por la parte trasera del reloj naranja, y una mosca solitaria sobre el reloj blando situado a la derecha.  Dalí odiaba las hormigas y con frecuencia las pintaba como símbolo de putrefacción.